miércoles, 21 de diciembre de 2016

Mi nuevo gato posando bajo la lluvia

El Árbol Muerto


    Un tronco de un árbol muerto en la orilla de un camino o en las arenas de la playa, maestro del arte abstracto y del diseño, del diálogo de millones de ecuaciones, de los fractales que también cantan en la despedida. El éxtasis coreográfico del desvanecerse, de microorganismos, bacterias, ácidos nucleicos; del carbono soltando las manos y todos tomando las maletas. Las moléculas hermosamente danzando mientras algo se seca, se oxida, se erosiona, se pudre, se desvanece en manos del viento. 
     Suelo utilizar la figura del vampiro para referirme al concepto malévolo de lo estático. Y es que lo más oscuro de un vampiro no está en la imagen de un asesino en serie que vacía de sangre a algún desgraciado transeúnte por ahí, que según las probabilidades ya estaría quizá vaciado por la televisión y los medios de masas. Si no que lo más satánico de este  personaje se encuentra  en su carácter de imperecedero, en su calidad de inmortal. Todo lo estático se me hace anti-natura, algo que juega en contra del flujo del universo, algo que busca anquilosarse en las ramas crecientes de un árbol. Por eso incluso la imagen del Paraíso bíblico puede adherirse a este concepto de satanismo debido a su naturaleza estática. Apreciar lo bello del acto de entrega desinteresada de convertirse en abono para el crecimiento de una vida de una planta o un ser humano que seguramente nunca conocerás, y no la búsqueda del Dios taxidermista de los “bien-aventurados”.  Lo divino habita en el movimiento constante del cosmos y de la vida, en su flujo interminable.
     Hermann Hesse decía que no apreciaba mucho las cosas inertes y perpetuas, tales como piedras o metales preciosos, objetos inoxidables, elementos que dialogan escasamente con el entorno. Tal vez conceptos similares inspiraron las “pinturas” de David Lynch, compuestas, entre pastas y pigmentos, de material orgánico, y que a los días despedían hedores e invitaban a hormigas y moscas. Recuerdo también ahora el poema “la Carroña” de Baudelaire con aromas similares. Bueno, obviamente hay muchas más obras de este tipo a las que hacer referencia, obras que nos recuerdan que a esta danza estamos cordialmente invitados. Y es que la podredumbre nos salva. Te libera cuando te atrapa lo estático, cuando te niegas a bailar con el divino movimiento. Así como pasa con las ideas que intentan permanecer rígidas y canónicas, y que son fina y finalmente penetradas por el oxido ambiental. Y lo vemos suceder con muchas ideas políticas y religiosas, intentando aferrarse a construcciones metalizadas, pero que no dejan de lucir como postes de fierro después de años a la orilla del mar. Sucede menos con la ciencia, que es capaz de moverse aunque tenga que para ello sumergir en ácido alguno de sus fundamentos o a alguna de sus grandes eminencias. 
     Así es que si en tu vida fuiste un idiota consumado, un gran vendedor, uno de aquellos que subastaron a sus madres, o a la madre de sus amigos, o a la de su pueblo; bueno, en la putrefacción encontrarás tu redención, y la belleza te tocará nuevamente cuando te envuelva la inconmensurable danza de las partículas. Y junto al camino o en una playa, serás nuestro compañero cuando te bese, como a nosotros, el soplido ceniciento del olvido.

martes, 23 de febrero de 2016

Café Trabalengua

Las chicas del Café Trabalengua.
Me encanta este lugar. Seguro les pasará lo mismo.