domingo, 5 de febrero de 2017

Entre Flanders y Kepler

En un capitulo de los Simpsons, antes de que la serie se transformara en una mierda intragable, se muestra cómo Homero logra convertirse en un ser super-inteligente luego de que los médicos logran extraer un crayón de su cerebro, alojado ahí desde que lo inhalara en su infancia. Ahora muy inteligente será, pero sigue siendo un idiota, claro está. Y en su afán por atormentar a Flanders, escribe en un papel algo que parece ser una formula o cálculo y se lo entrega. Obviamente no vemos qué hay en esa hoja, pero suponemos que lleva alguna especie de prueba de la inexistencia de Dios. Flanders, luego de leer, chequear, asentir, y encontrar correctos los datos, se precipita a quemar esta peligrosa prueba, claro no sin antes asegurarse de que nadie lo vea; tal infamia debe desaparecer. Sí, es una escena de las clásicas.

Ahora, poniendo en perspectiva la jocosa escena, hagamos el ejercicio de ponernos en los zapatos de Flanders. ¿Qué harías tú al encontrarte de frente con una prueba contundente que tire por la borda las creencias que has atesorado por larga parte de tu vida? ¿La quemas al instante, o te atreves a compartirla, no sin algo de dolor, en la plaza pública? Evidentemente, todo esto no funciona de forma tan gráfica, puede incluso suceder a nivel más inconsciente. De hecho, esta escena podría estar pasando ahora sin que lo notásemos. Son pocos los que se atreven a hacer tambalear o destruir lo que se ha edificado como su fundamento, a quedar sin piso, a adentrarse en la intemperie de un camino desconocido.

Recuerdo una vez, estando atrapado en una de esas conversaciones teólogo-místicas, me encontré con una mujer que mostraba mucho enfado al tener que tropezarse con mis ideas, algo distintas en materia de divinidad. Le indignaba que me preocupara más por la falta de luz que parece haber hoy en día, que de la que me puede esperar en algún universo después de la muerte. No podía aceptar mi postura y pensaba que sólo lo hacía para llamar la atención, como cual adolescente que apetece mostrarse como un rebelde. Su cabeza era como un globo inflado al máximo, en que si alguna idea nueva intentaba entrar, podía fácilmente reventar. Siendo así, era comprensible su aprehensión. En un momento compartió con sus amigas que más sintonizaban con sus dichos, que se veía a sí misma como un ser de luz proveniente de otras vidas y otros mundos, no menos lumínicos, y que ahora habitaba sólo de paso una forma humana (Al parecer, había que agradecerle la visita). Confesó que esa idea le gustaba mucho, y he aquí un punto clave: adhería a esa teoría, más que por razonamientos o reflexiones, por un atractivo estético.

No la podemos culpar. Muchas de las ideas a las que adherimos, no sólo religiosas, también políticas, literarias, artísticas, ontológicas, incluso económicas, como teorías del juego, etc., tienen más que ver muchas veces con una apreciación estética. En lo más burdo sería que: nos parecen lindas. Intentamos pensar que todo confluye en armonía a una estructura o sistema que hemos elaborado e idealizado, y más aún si nos sitúa como individuos en un protagonismo mágico. La ecuación se ve linda en la pizarra e intentamos forzar la realidad para que se ajuste a ella.

Johannes Kepler, fue un brillante astrónomo y matemático alemán. Mientras se dedicaba a estudiar el movimiento de los planetas alrededor del sol, elaboró una teoría que hacía calzar las órbitas de los seis planetas descubiertos hasta entonces y sus distancias con el sol, con las circunferencias que dibujaban los cinco sólidos perfectos contenidos uno dentro de otro. La maravilla de la geometría platónica y pitagórica coincidía con el tejido del universo circundante. Ambas, creaciones de un único maestro arquitecto y geómetra: el Dios creador. Entusiasmado y enamorado de una idea tanto interesante como bella, se dedicó a recopilar datos para confirmar su teoría. El milagro de la creación no podía funcionar de una forma menos armoniosa. A poco andar, Kepler se encontró con su propio Homero en los datos recopilados por Tycho Brahe, y en la evidencia de nuevos planetas descubiertos por Galileo gracias a su telescopio. ¿Qué hizo Kepler? A pesar de lo duro de tener que dejar atrás su teoría arquitectónica, fue fiel a la información; y en vez de descorazonarse, se sintió desafiado y motivado por el nuevo panorama que se habría frente a él. El universo funcionaba más complejamente de lo que su idealización primera pretendía, y esto lo hacía admirar más aún la creación de Dios. En definitiva, Kepler siguió con sus estudios y sus observaciones y finalmente llegó a las conclusiones que revolucionaron el mundo de la física y la astronomía. Las tres leyes de Kepler descubrieron de forma visionaria los secretos que escondía el entramado del universo. 1.- Las órbitas de los planetas eran elípticas, no circulares, y el sol se ubicaba en uno de sus focos; 2.- Los planetas recorren áreas iguales de la elipse en tiempos iguales; 3.- En la que se describe el tamaño de las órbitas y el tiempo que les toma dar la vuelta al sol. Nada de esto hubiese sido posible si no se hubiese atrevido a sacrificar muchas de las ideas que trabajosamente había forjado a lo largo de su vida. ¿Quieres hablar de desapego? Este es el real. Arriesgar tus bases fundacionales para ir en busca de la verdad.

Existen muchos conceptos a los que nos encontramos atados. Incluso aquellos en apariencia más revolucionarios, pueden no ser más que una atadura respondiendo a otra atadura. Muchos de estos pesados conceptos los hemos ido clavando nosotros mismos a nuestro fuselaje. Enamorados de cómo lucen, cómo suenan o cómo se leen ciertas ideas; y sobre todo cómo nos hacen lucir, ya sea como individuos o como especie. Otros muchos, claro, los hemos heredado y otros se nos han impuesto por distintos medios; pero tememos ofender con el descrédito a algún maestro, a nuestros padres, a un Dios iracundo, a alguien que queremos, o simplemente tememos enfrentarnos al rechazo de nuestra comunidad.

El asunto es: ¿Qué harás tú cuando te encuentres con tu Homero y su papelito? ¿Serás un Flanders o serás un Kepler? ¿Te atreverás a mirar la inconmensurable extensión del universo inexplorado, o preferirás la seguridad de las habitaciones de un pequeño castillo de papel?  ¿Qué harás cuando te encuentres con la verdad frente a frente? ¿Serás capaz de adentrarte por el riesgoso camino de lo indeterminado? ¿Serás capaz, en su momento,  de mirar a los ojos a Dios, aunque de ellos sólo llegue a emanar nada más que el maravilloso vacío insondable?

Greda

Por ahí paseando por las formas, uno de esos excelentes y anacrónicos trabajos de contemplación.


Y faltaba el gato blanco