martes, 15 de noviembre de 2011

Iquique y Pica

Mientras viajaba por la costa nortina llegando a Iquique, no podía dejar de pensar en lo que significa vivir en esos paisajes, en las almas que lo han habitado en distintos periodos. Esas lentas caminatas de los pueblos indígenas, las duras faenas de los obreros calicheros o los pescadores de las pequeñas caletas en medio de la nada. Avanzo y veo la tierra cambiar de tono, y brota el canto del mineral a la superficie con melodías salinas y sulfurosas.

El tema se me hace recurrente una vez que arribo a Iquique y pienso en la rudeza de vivir bajo este sol. Claro que no en hoteles, sino en las poblaciones, en esos pequeños cubos de cemento con cierres de latón y cholguán, cuál de todos más fresco.

Me doy cuenta de que estos lugares no alcanzaron a desarrollar una arquitectura basada en la cultura y clima locales, evidentemente se hace muy importante la mezcla de distintas influencias para este desarrollo, pero lo que se aprecia aquí es más como un quiebre o una ruptura cuando te encuentras con estas casas de estilo georgiano, hogares de los inversionistas extranjeros, esos que invirtieron en la guerra de los pueblos para luego esclavizar a los mismos. Es bonito el casco antiguo, sí, pero debo admitir que no me hace mucha gracia, me habla mucho de violencia y prácticas de maltrato de los capitales, bueno, en casi todo Chile es así la verdad. Los héroes de Iquique, el orgullo de la región. El orgullo son aquellos hombres que quedaron trabajando bajo el ardiente sol una vez que la cancha estuvo lista para los rosados ingleses. Los monumentos en las plazas tienen rostros distintos a los de la gente que camina por aquí.

Este sentimiento obviamente se acentúa mientras camino con un pesado bolso en la espalda por calles despobladas de cualquier tipo de sombra. Sólo encuentro palmeras que poco o nada ayudan, o lo hacen tal vez nada más que para brindarle un look tropical a la zona. Y Parece que algún sentido tiene, porque cuando me acerco a la playa, me siento en un lugar como Puerto Rico; las veredas llenas de chicos con pintas regetoneras y las calles con autos último modelo que saltan con la música reventando desde su interior.

Está claro que mi primera impresión de Iquique no fue la mejor, pero todo fue cambiando con la llegada del atardecer. Las noches son geniales, y todo el mundo sale a pasear por la orilla de la playa; en bicicleta, patines, trotando o simplemente caminando. Es bueno verlos de esa forma habitar y compartir sus espacios públicos.


Cabancha (Lapiz acuarelable y plumilla con tinta china)
Craneo indigena deformado por estética (Acuarela)
Iglesia de San Andres, Pica (Acuarela)

El sol y la tierra danzan con el silencio rectilíneo por afuera de la ventana del bus que me lleva a Pica. Siento que me adentro en los nidos del sol y los hombres, avanzando entre verdades petrificadas que yacen de espaldas mirando el cielo y que de vez en cuando un grupo de remolinos juegan a levantarle las mantas hechas de arena.

Pica, un oasis, el primer lugar de este territorio donde se produjo vino, claro que antiguamente pertenecía a Perú. Las primeras medallas que ganó Chile en competencias de vino, fueron dos de oro en Francia en 1907, con vinos provenientes de Pica. Hoy en día ya no existen viñas aquí, fueron reemplazadas por los limoneros, naranjos y mangos. Esto lo escuché en un excelente programa radial de una estación local.

Es un bonito y apacible lugar, con sus vertientes y arboles en medio del desierto. Creo que deben haber más arboles que en Iquique. El agua de este lugar, además de ser un milagro, es una delicia. Sin embargo Pica se encuentra en riesgo ya que su agua es usada también para abastecer a Iquique, lo que aumenta la desertificación.

Lamentablemente el detalle de la falta de mixtura también se repite en este lugar. Sus plazas están adornadas con pequeñas estatuas de algún estilo victoriano, y en su iglesia de arquitectura románica se encuentra una última cena de tamaño natural en el que todos los personajes tienen los rostros y las barbas de los conquistadores. Los últimos rastros de las antiguas culturas va quedando tan sólo en el rostro de los descendientes de los pueblos indígenas, con sus mujeres de largas y coloridas faldas, como sus trenzas, y sus pieles quemadas al sol en el vaivén de su pausado caminar. Se me viene la imagen de Cesar Vallejo escribiendo algo que nos ayudara a pedirle perdón a esta gente, o Neruda con el Canto General.

Bueno, saludos a la gente del hostal “La Casona” en Iquique: Isabel, Susan, Marc, Tristan, Johnny, Eduardo, a todos. Un excelente lugar, cómodo, absolutamente recomendable.

Saludos también a la cuadrilla de trabajadores de Pica que me invitaron a compartir un asado con ellos. Cuando pensaba en lo que significaba trabajar bajo ese sol implacable, me encuentro con un grupo de hombres que estaban dedicados a construir caminos en medio del desierto, en medio del asfalto caliente. Un abrazo a cada uno de ellos, el llamo estaba buenísimo.


Mural en Pica
Niños de Pica
La Casona, Iquique

viernes, 11 de noviembre de 2011

Una Temporada en el norte

Bajo una luna llena en el oasis de Pica


Tinta sobre papel